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3 de septiembre de 2012

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CONGRESOS E INTELECTUALES EN LOS INICIOS DE UN PROYECTO Y DE UNA CONCIENCIA CONTINENTAL LATINOAMERICANA, 1826-1860

Aímer Granados García

Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco

Al estudiar las formas de la identidad política en el Río de la Plata después de 1810, José Carlos Chiaramónte ha llegado a la conclusión de que ella se ex­ presó mediante la coexistencia de tres tipos de pertenencias, la hispanoameri­cana, la protonacional y la provincial. De acuerdo con este autor, la primera de ellas fue una prolongación del sentimiento de español americano elaborado durante el periodo colonial; la protonacional, formulada inicialmente como rioplatense y más tarde como argentina y, la provincial, que expresaba la per­tenencia lugareña. Para Chiaramónte la coexistencia de estas formas de identidad política “reflejaba la ambigüedad en que se encontraba el sentimiento colectivo inmediatamente después de producida la Independencia ”? La convivencia de estas tres tendencias -en el proceso de la conformación del Es­tado nacional argentino -puede hacerse extensiva a muchos de los territorios que conformaban el antiguo imperio español en América. En lo que toca al primer nivel de identidad, la hispanoamericana, la historiografía latinoamericana poco se ha preocupado por abordar su estudio. En el caso de las historias nacionales -se ha dado un mayor interés por estudiar los niveles de perte­nencia nacional y provincial. A medida que la construcción estatal avanzó con el siglo XIX, la pertenencia nacional se fue haciendo más omnipresente en cada país, hasta que al final del proceso se impuso una identidad política con nombre propio, colombiana, argentina, ecuatoriana, etc. No obstante este re­sultado, la identidad política en torno a una idea continental siguió su curso y vivió diferentes etapas. El objetivo de este trabajo -es hacer un seguimiento del proceso que fue teniendo esta idea continental -durante el periodo comprendido entre las décadas de 1820 y 1860. Para ello analizo los congresos de unión hispanoamericana que se realizaron durante este lapso, así como los es­critos más importantes que un sector de la intelectualidad latinoamericana de la época -produjo sobre este tema. Durante y después de la Independencia la tendencia hacia la búsqueda de una identidad política continental involucró, a la manera de proyecto colectivo, a casi todos los países latinoamericanos. La gestación y maduración de esta identidad política continental -comprendió un largo periodo que quizá tu­vo sus orígenes durante la segunda mitad del siglo XVIII, y se fue forjando a lo largo de todo el siglo XIX y parte del XX. Para la segunda mitad del siglo XVIII no se puede hablar propiamente de una identidad continental americana. Al­gunos historiadores como David Brading hablan de una identidad criolla. Por su parte, John Lynch presenta la Independencia de América como “la culmi­nación de un largo proceso de enajenación en el cual Hispanoamérica se dio cuenta de su propia identidad, tomó conciencia de su cultura, se hizo celosa de sus recursos”. El mismo Lynch habla de una “creciente conciencia de si” (cursivas en el original) entre los criollos que movió a Alexander von Humboldt a observar: “Los criollos prefieren que se les llame americanos; y desde la Paz de Versalles, y especialmente desde 1789, se les oye decir muchas veces con orgullo: ‘Yo no soy español; soy americano’ ”. Estas primeras manifestaciones de una noción de América, y lo americano son igualmente ratificadas por Francois-Xavier Guerra. Este autor señala que durante la Independencia se definió una conciencia de la “singularidad del continente americano” como uno de los elementos que lo distinguían frente a Europa. Guerra plantea la existencia de un imaginario de la americanidad que -encontraba sus elementos constitutivos en múltiples ámbitos: en la geografía —la distancia entre los dos hemisferios—, en la naturaleza —animada o inanimada—, en los mitos —el del Nuevo Mundo—, en la religión, incluso, después de la Revolución fran­cesa, al oponer la piadosa América a la impiedad europea. Aunque, más aún, afirma Guerra, era fundamental el sentimiento de la pertenencia, que no es otra cosa que el lugar en donde se ha nacido. La idea e identidad política de lo americano pasó por diferentes etapas y conceptualizaciones: América, Colombia, Hispanoamérica, América Latina o expresiones más estrictamente de carácter geográfico como las usadas por los ingleses, como Central América y South América. Estas denominaciones estuvieron asociadas con un deseo explícito de las élites intelectuales americanas por construirse una identidad continental. Son pocos los estudios que dan cuenta de cómo fue que aparecieron cada uno de estos nombres, siendo la de­ nominación América Latina, la que mayor atención ha recibido por parte de los investigadores. Para mediados del siglo XIX -la idea de América Latina iría progresivamente imponiéndose sobre los otros conceptos. El tema de los orígenes del concepto América Latina -ha sido estudiado -y muy debatido a partir del estudio pionero de John Leddy Phelan. En este en­ sayo el historiador norteamericano formuló la hipótesis según la cual el nom­bre de América Latina habría sido concebido como un “programa de acción” destinado a integrar a las nuevas repúblicas americanas en los planes y aspira­ciones de una Francia imperialista. Estudios posteriores han demostrado suficientemente -que el término América Latina fue invento de un grupo de intelectuales latinoamericanos residentes en París, entre los cuales destacaron el colombiano José María Torres Caicedo y el chileno Francisco Bilbao. En la historia moderna de América Latina -quizás uno de los primeros per­sonajes que quiso darle identidad continental a esta parte del hemisferio -fue Francisco de Miranda. Efectivamente, desde finales del siglo XVIII el patriota venezolano utilizó el nombre de Colombia -para designar el conjunto de los antiguos territorios que conformaban el imperio español en América. Améri­ca es un término más antiguo. Para los momentos anteriores a la Independen­cia y durante ella, este concepto adquiere un mayor sentido de lo americano en oposición a lo español-europeo. Al hablar sobre “las incertidumbres de la nación en América” durante la época de la Independencia, Francois-Xavier Guerra dice que en una primera época, variable según los países, América en­ tera fue considerada como nación: una nación americana en lucha contra la nación española”. En este contexto, de acuerdo con el mismo Guerra, la opo­sición amigo-enemigo se convertía en el rasgo fundamental de identidad. Entre otros aspectos, esta noción de americano sirvió para impulsar el deseo de Independencia de la metrópoli. La construcción de lo americano entendido como la necesidad de formar una identidad política continental siguió vi­gente en el pensamiento de los líderes de la Independencia y del siglo XIX, co­mo un aspecto que había que interiorizar en la conciencia de los pueblos, con el propósito de diferenciarse del otro, del invasor europeo. A lo largo de todo el siglo antepasado la necesidad de encontrar y forjarse una identidad conti­nental siguió presente, asociada al menos a dos aspectos. El primero tuvo un carácter político, la defensa común contra posibles ataques de las antiguas metrópolis europeas; el segundo fue de naturaleza cultural, para fortalecer la idea de una identidad continental que finalmente cristalizó en lo latinoamericano. Fueron varios los mecanismos que se implementaron para dar impulso a esta idea de una identidad continental. El primero y quizá más importante, pe­ro poco exitoso en términos prácticos, fue la organización de congresos cuyo objetivo principal fue la unión -y confederación de las antiguas colonias espa­ñolas en América. Otra de las estrategias empleadas fue la creación de socieda­des y clubes que trabajaron en pro de la unión americana, siendo muy popular esta clase de organizaciones sobre todo en el Cono Sur. De ellas merece destacarse la labor emprendida por la Sociedad de la Unión Americana de San­tiago de Chile. En París, los intelectuales latinoamericanos también fundaron este tipo de organizaciones, así por ejemplo, en 1879, de la mano de José Ma­ría Torres Caicedo, se creó la Unión Latino-Americana; en 1882, la Sociedad Latino Americana/Biblioteca Bolívar, y en 1888, L’Unión latine franco-américaine. Por los mismos años ochenta se creó en Madrid la Unión Iberoameri­cana, promotora de las festividades del cuarto centenario del descubrimiento de América, y del Congreso Económico y Social Hispanoamericano celebrado en Madrid en 1900. La Unión Iberoamericana tuvo filiales en algunas capitales hispanoamericanas, entre ellas México. Una tercera vía de trabajo en la consecución de una identidad continental -fue la que emprendió la intelectualidad hispanoamericana radicada en Europa, sobre todo en París, editando revistas y escribiendo ensayos para la prensa en los que se daba impulso a la unión hispanoamericana.

1. EL CONGRESO DE PANAMÁ DE 1826: HACIA LA BÚSQUEDA DE LO AMERICANO

La Independencia de los países latinoamericanos a la vez que planteó el pro­blema de la construcción de estados nacionales, también impuso la necesidad ante la comunidad mundial, la europea en específico, de mostrarse como una confederación de naciones autónomas y libres. Es sabido que los esfuerzos lle­vados a cabo en este sentido tuvieron poco éxito, pero ello incita a plantearse por qué la unión era una meta tan difícil de alcanzar. La necesidad de la unión e integración de los países hispanoamericanos durante el siglo XIX nace con la Independencia. Jaime Rodríguez afirma que durante la Independencia un grupo de americanos “había propiciado la for­mación de una comunidad constitucional de naciones hispánicas”, pero que el fracaso de las Cortes españolas (1810-1814 y 1820-1823) obligó a los americanos a adoptar una nueva concepción de la unidad americana, en la que por supuesto España no apareció. Fue quizás en Francisco de Miranda en quien el ideario de la unión y confederación americana -encontraron sus primeras formulaciones. En el pensamiento de los grandes caudillos ameri­canos de aquella época: Miranda, San Martín, O’Higgins y Bolívar entre otros, la idea de la pátria americana pasó en un primer momento -por una institucionalización política formulada en planes confederativos. Del pensamiento mirandino, el proyecto de unión y confederación pasó a las Juntas de Gobierno creadas al iniciarse el movimiento emancipador. En el Río de la Plata llegó a tener expresión constitucional. En este caso, ya no como unidad continental, sino como identidad política de lo americano. A partir de la década de los veinte este esfuerzo por consolidar una unión y confederación americana -pasó a los congresos organizados ex profeso con el fin de alcanzar este objetivo. El primero de estos esfuerzos que tuvo viabilidad, al menos desde el punto de vista de contar con una representación por países, fue el Congreso de Pa­namá de 1826. Con anterioridad a la realización de esta asamblea ya se habían elaborado algunos esfuerzos de unión continental. En 1822 los gobiernos de Perú y Colombia habían celebrado un tratado de unión, liga y confederación perpetua; en octubre del mismo año los gobiernos de Colombia y Chile cele­braron un tratado de unión, liga y confederación; un año después, igual con­venio se firmó entre los ministros plenipotenciarios de Colombia y México, y en mayo del mismo año, Colombia y Buenos Aires firmaron un tratado de amistad y alianza. En estos acuerdos de integración celebrados en medio de las luchas por la libertad, así como en los que se firmaron durante la primera mitad del siglo XIX, estuvo presente el principio de la defensa y sostenimiento de la Independencia. El 22 de junio de 1826, poco antes de la instalación del Congreso de Pa­namá, el editorialista Manuel de Vidaurre publicó en la Gacéta Extraordinaria del Istmo un artículo titulado “Instalación del Gran Congreso Americano”. En su escrito Vidaurre insistía en que en las sesiones del Congreso se tratara el te­ma de la defensa del continente, por la vía militar y de las armas. Vidaurre re­ comendaba a la reunión de Panamá: “auméntese nuestras fuerzas terrestres y navales” y “ un golpe a esa nación obstinada que la estremez­ca”. Bolívar, en la circular que envió en 1824 a los gobiernos de las repúbli­cas de América, dejó ver su especial interés por la integración americana como un mecanismo de defensa de la Independencia, y contra posibles agresiones militares provenientes de Europa, particularmente de España. La advertencia de Bolívar sobre una posible reconquista de España en América no era infundada. En este sentido hay que recordar que la derrota del proyecto liberal encabezado por Riego en la península, creó un ambiente propicio para adelantar la reconquista de los territorios americanos, alentada por la eu­fórica campaña contrarrevolucionaria orquestada por la Santa Alianza. En un documento fechado en Madrid en 1823, el conde de Ofalia, hizo saber a los ministros plenipotenciarios de San Petersburgo y Viena -el interés de Fernan­do VII por reconquistar los territorios americanos: “abrir una conferencia en París en donde Plenipotenciarios congregados allí con los de S.M.C., puedan auxiliar a la España con sus consejos para arreglar los negocios de los países re­voltosos de la América”. Uno de los aspectos centrales del Congreso de Panamá -fue que llamó la atención sobre la necesidad de emprender una defensa en bloque de la Inde­pendencia americana. Los ministros plenipotenciarios llegaron con la idea de que la guerra de Independencia no había terminado. Esto era cierto -en la medida que las naciones europeas no daban el reconocimiento de territorios libres a los pueblos -que desde 1810 habían emprendido la guerra de Independencia contra España. También porque la Corona española pretendía una reconquista. Por estas razones los acuerdos firmados en Panamá establecieron que se haría un bloque “defensivo” a la vez que “ofensivo” contra las aspiraciones de una arremetida española o de la Santa Alianza. Al menos así lo deja ver la convención de contingentes -firmada por los países garantes del tratado de unión y confederación de Panamá en 1826. En este documento se estableció que en virtud del artículo tercero de ese tratado, se imponía la necesidad de la “cooperación que deben prestarse mutuamente contra su enemigo común el rey de España, hasta que el curso de los acontecimientos inclinen su ánimo a la justicia y a la paz”. Lo que quiero destacar es que en el Congreso de Panamá estuvo presente una idea directriz -que hizo énfasis en la necesidad de formar un bloque o confederación de países americanos, que actuara contra cualquier pretensión de reconquista. Este objetivo estuvo fundado en el latente peligro de una agresión -patrocinada por los intereses de las monarquías europeas y, en ese momento, la necesidad de conformar un bloque de naciones fungió como un rasgo fundamental de identidad con­tinental. Al leer tanto las actas como el tratado mismo del Congreso de Panamá, el propósito de defensa contra toda posible agresión militar extranjera es no­torio. El tratado de unión, liga y confederación firmado en 1826 entre las re­ públicas del Perú, Colombia, Centroamérica y los Estados Unidos de Méxi­co, se basó en el inicio de las relaciones entre los países que habían asistido al congreso -y en la consolidación de la Independencia. El objetivo central del pacto tal y como se lee en su artículo segundo era “sostener en común defen­siva y ofensiva, si fuese necesario, la Soberanía e Independencia de todas i ca­da una de las potencias confederadas de América, contra toda dominación ex­tranjera”. El artículo tercero era más enfático en la idea de la defensa común: “Las partes contratantes se obligan i comprometen a defenderse mutuamente -de todo ataque que ponga en peligro su existencia pública, i a emplear contra los enemigos de la Independencia de todas o alguna de ellas, todo su influjo, recursos i fuerzas marítimas i terrestres ”. El artículo 21 estableció “soste­ner i defender la integridad” de los países garantes del tratado, “oponiéndose eficazmente a los establecimientos que se intenten hacer en ellos”, empleando “al efecto, en común sus fuerzas i recursos, si fuese necesario”. En el acuerdo sobre concierto de contingentes de ejército y marina firmado en Panamá, se estipuló en el artículo 18 que los objetivos de la marina confederada apun­taban -a defender i asegurar las costas i mares de las dichas repúblicas, , contra toda invasión exterior”. También se llegó al acuerdo de “buscar i perseguir hasta aniquilar i destruir la marina es­pañola donde quiera que se halle”. Otra de las ideas fundamentales en el Congreso de Panamá de 1826 -fue la creación de un blóque continental de repúblicas independientes y autónomas. En términos de la formación de la noción de América, este objetivo es de capital importancia -por cuanto vino a alimentar una aspiración que fue central en la dirigencia de la época. Este anhelo era el de la integración americana con miras a la defensa de las agresiones provenientes de Europa. Pero también —quizá ya no tanto en el terreno de lo político sino en el de lo cul­tural— permitió la búsqueda de lo americano en el sentido de la identidad, de la diferenciación de lo europeo, aunque formulado ya no desde el punto de vista de la pátria americana española, —somos americanos españoles afir­maban Miranda y los de su generación-—, sino de la pátria propiamente americana. Igualmente hay que tener en cuenta que para estos primeros mo­mentos de la postindependencia, la coexistencia de las formas de identidad política mencionadas al inicio de este artículo denotaban -una realidad so­cial ajena a los contornos nacionales. Realidad que sólo habría de dar lugar a la formación de nuevas naciones a lo largo de un periodo caracterizado, en buena parte, por una intensa confusión al respecto”. En tal sentido, y co­mo hipótesis, se puede afirmar que el Congreso de Panamá, además de ha­ber tenido los objetivos ya indicados, canalizó de cierta manera un senti­miento de identidad política que se debatía entre lo americano, las tendencias protonacionales de las antiguas divisiones territoriales impuestas por la Co­rona española, y las inclinaciones provinciales. Justamente la coexistencia de estas identidades -hizo abortar el espíritu de unidad americana que pretendía consolidar el Congreso de Panamá. No obstante, la reunión de 1826 subrayó la unidad continental con miras a la defensa de la Independencia. A pesar de que el proyecto de unión americana fue truncado en el Con­greso de Panamá, la idea de la confederación siguió vigente. A mediados del siglo XIX, nuevos intentos de unión y confederación americana se hicieron presentes. Hubo continuidad entre éstos y el intento de 1826 -en cuanto a la motivación de defender la Independencia y soberanía de las nacientes repúbli­cas. Pero comoverémos en el siguiente apartado, en ellos se presentó una nueva concepción en cuanto a lo que se tenía como idea de América. En adelan­te, sin que éste concepto desapareciera del todo, en los congresos de unión continental se privilegió la noción de Hispanoamérica.

1. LOS CONGRESOS DE LIMA Y SANTIAGO: HACIA LA CONSOLIDACIÓN DEL HISPANOAMERICANISMO

Pasaron un poco más de 20 años entre el Congreso de Panamá -y lo que pue­de definirse como la segunda etapa en la historia de los intentos de unión -e integración americana durante el siglo XIX, que se inició a partir del Congre­so de Lima de 1848. Mientras tanto, no conviene soslayar el hecho de que en­tre 1830 y 1848, México intentó consolidar algunos proyectos de unión y confederación hispanoamericanos. Efectivamente, en 1831 -el gobierno mexi­cano nombró como su ministro plenipotenciario ante las repúblicas del sur del continente -y el imperio de Brasil, a Juan de Dios Cañedo, con el fin de que persuadiera a dichos gobiernos de la necesidad -y urgencia de restablecer la Asamblea General de las Naciones Hispanoamericanas. Entre tanto, Diez de Bonilla, ministro plenipotenciario de México en Guatemala, realizaba trabajos en este país en pro de la unión americana. A pesar de que ninguno de estos dos proyectos iniciados por el gobierno mexicano fructificó, en 1842 és­te volvió a insistir en el plan -y en esta oportunidad nombró a Manuel Cres­cencio Rejón -para que promoviera ante los gobiernos del sur del continente -la celebración de una asamblea general de plenipotenciarios de los países hispa­ noamericanos. En la segunda etapa de los intentos de unión y confederación americana, fundamentalmente los congresos de Lima celebrados en 1848 y 1865, y el lle­vado a cabo en Santiago de Chile en el año de 1856, deben destacarse varios elementos. Primero, que las reuniones de Lima y Santiago -tuvieron un contexto y coyuntura internacional asociado con las agresiones -que contra países de la comunidad hispanoamericana llevaron a cabo España, Francia, Inglate­rra y Estados Unidos. De allí se desprende que una fuerte motivación en la realización de estos congresos -seguía siendo la defensa de la Independencia y territorios de las repúblicas recién formadas. En estos aspectos hay continui­dad con las motivaciones del Congreso de Panamá de 1826. El otro elemento a resaltar es que mientras en el Congreso de Panamá se habló de América, en los congresos de Lima y Santiago esta noción se plan­teó como Hispanoamérica. Para un estudio pormenorizado de la manera co­mo fue cambiando la idea y conceptualización del continente americano, es bueno señalar que se suele confundir el empleo de los conceptos América e Hispanoamérica -en relación con el contexto histórico y desarrollo que cada uno de estos términos tuvo -en el imaginario de las élites latinoamericanas. Es­ta situación -induce a interpretaciones equívocas -en la manera de abordar los problemas -en torno a la construcción de la idea del continente -a partir de su Independencia de España. Es el caso del libro de Jaime E. Rodríguez, El nacimiento de Hispanoamérica. Vicente Rocafuerte y el hispanoamericanismo, 1808-1832. Aunque Rodríguez es consciente de que los actores sociales que estudia se daban a sí mismos el nombre de americanos “y siempre aludían a la estructura que pretendían forjar como el sistema americano’, aquí se usa el término ‘hispanoamericanismo’ para describir sus luchas, porque su defini­ción de América no incluía Canadá, Estados Unidos ni Brasil”. Efectiva­ mente, por la época en estudio, al hablarse de América se quería denotar los territorios que habían conformado el imperio español. Pero al introducir la categoría Hispanoamérica, Rodríguez habla de una idea conceptual que ape­nas si empezaba a introducirse en el lenguaje político de la época. En efecto, su empleo se vio superado por la noción de América, que era la que llenaba las expectativas, bien de los que querían la Independencia -o de aquellos otros que ya pensaban en la unidad e integración del continente -sobre la base de repúblicas independientes y libres. Como conceptualización del continente, el término y la idea de Hispanoamérica apenas se utiliza en el periodo estu­diado por Rodríguez. Esta categoría tomaría el sentido de idea continental mucho más tarde. Rodríguez sugiere que el hispanoamericanismo nace con la Independencia. Si nos remitimos a la documentación de este periodo, en ella insistentemente se habla de América —es el americanismo de Miranda y de Bolívar— y no de Hispanoamérica. Es más, Rodríguez plantea explícitamente -que el hispanoamericanismo muere al iniciar la década de los años treinta del siglo XIX. De allí da un gran salto al final de la centuria para plantear que a partir de ese momento “se desarrollaría una nueva forma de colaboración internacional: el panamericanismo”, que como bien sabemos fue promovi­do por Estados Unidos. Además de confundir los conceptos, Rodríguez desconoce el verdadero apogeo que como corriente unionista y de identidad continental -el hispanoamericanismo tuvo al mediar el siglo.

Es importante resaltar el cambio de concepto América a Hispanoamérica -en lo que corrió del Congreso de Panamá a las reuniones de Lima y Santiago -pues señala cambios en la idea de lo que se pretendía y tenía por continente ameri­cano. Para los líderes de la Independencia -el problema de la noción de Améri­ca -estuvo condicionado por el rompimiento del vínculo colonial que se tenía con España. El proceso que conllevó a la formación de estados nacionales en América -permitió que el problema de la idea o concepto de América se diluye­ra -en razón de los problemas de tipo político y económico -que afrontaban las naciones en construcción. Quizá también porque a partir de la formulación de la doctrina Monroe, cada vez más los norteamericanos se fueron apropiando de la noción América -para referirse a los Estados Unidos de América. No obstante, dicho concepto siguió vigente en los debates de la época, aunque no tan in­sistentemente como en la época de Miranda y sus contemporáneos. Desde mediados del siglo, el problema de la identidad del continente americano resurge con nuevas intenciones. Arturo Ardao señala de manera muy pertinente que esta necesidad -se presentó como consecuencia de un re­planteo de la vieja cuestión -en términos completamente nuevos. Se trata de definir y afirmar la identidad común frente a Estados Unidos, el joven impe­rio que amenaza desde América y con el nombre de América.

El Congreso de Lima de 1848

Los antecedentes de esta reunión -estuvieron asociados con un plan de recon­quista de parte de los territorios del continente, en buena medida auspiciado por España. Este proyecto estuvo dirigido por el general Juan José Flores —José María Torres Caicedo lo bautizó -el judas americano”—, quien había sido presidente de Ecuador. En noviembre de 1847 José Julián Ponce, cónsul de Ecuador en Caracas, hizo saber al secretario de Relaciones Exteriores de su país, que el gobierno español, -de acuerdo con un gran potentado i con María Cristina, ha acordado convertir en monarquía la isla de Cuba, la de Santo Domingo en la parte que fue española, i Puerto-rico, i al mismo tiempo tam­bién el continente”. Además, se afirmaba en este comunicado que para llevar a cabo el plan, “han mandado al traidor americano Juan José Flores”, para que dirigiera este propósito. Desde el momento en que se supo de los planes de Flores, finales del año de 1846, el gobierno peruano tomó las providen­cias del caso -para comenzar a movilizar la diplomacia americana- y por medio de ella, la defensa del Pacífico sur y del continente. Entre las medidas que se tomaron -estuvieron las de remitir a los gobiernos de Chile, Bolivia y Ecuador, la comunicación recibida por el representante peruano en Londres en la que notificaba los planes de Flores. Igualmente, el gobierno peruano expidió un decreto en el que se prohibió la entrada de nacionales, buques o mercaderías españolas en territorio peruano. Se consideraron como enemigas las propieda­des de súbditos españoles situadas en el Perú -y los contratos a favor de éstos privados de todo efecto civil. Por otra parte, el canciller peruano Paz Soldán declaró que el gobierno de su país haría la guerra a los españoles -por cuantos medios estuvieran a su alcance -con el objeto de impedir cualquier tentativa que hicieran contra la Independencia americana. Finalmente, el gobierno pe­ruano expidió dos circulares dirigidas a las cancillerías de los países del área, la primera relativa a la convocatoria de un Congreso Americano -y la segunda denunciando la amenaza de la invasión. En otra nota circular fechada el 9 de noviembre de 1846, el ministro peruano Paz Soldán insistió en la idea de un Congreso Americano. Días después de que la invitación peruana fuera cur­sada a los países del área, el gobierno de Chile, en oficio al de Perú, propuso la reunión de los plenipotenciarios hispanoamericanos en Lima, para tratar el asunto del cierre de los puertos de la región a los navíos españoles -y la forma­ción de un ejército para la defensa común. Como producto de estas gestiones diplomáticas, en Lima, los represen­tantes de las repúblicas del Perú, Bolivia, Chile, Nueva Granada y Ecuador, firmaron un Tratado de Confederación el 8 de febrero de 1848 que contenía 24 artículos, la mayoría de los cuales -ponía énfasis en la necesidad de la de­fensa de la independencia, soberanía, instituciones, dignidad e intereses de los países firmantes. En las instrucciones que el gobierno peruano dio a su representante al Congreso, Manuel Ferreiro, la idea de la defensa -ante cualquier tipo de agresión contra las naciones hispanoamericanas quedó bien clara. En este documento expedido por el Ministerio de Relaciones Exteriores, fechado en Lima el 30 de noviembre de 1847, se hacía saber al delegado peruano lo siguiente: “Procurará Usted, que se hagan las estipulaciones convenientes para afianzar la in­dependencia, soberanía e instituciones de todas i cada una de ellas , de manera que ningún poder extraño pueda atentar impunemente contra intereses i objetos tan importantes ”. Igualmente, el comunicado al representante peruano le hacía ver la importancia que tenía la unión de los países hispanoamericanos: “que se confederen para que mediante la fuerza, el influjo i poder que naturalmente da la unión, asuma de una vez la América -la respetable i segura posición que merece i le corresponde ocu­par”. En este documento hay dos aspectos -de especial importancia -para la perspectiva de análisis que orienta este trabajo. Primero, que hay un discurso de afianzamiento de la Independencia -y defensa de la soberanía e institucio­nes de las todavía jóvenes repúblicas. Segundo, que se estaba destacando la identidad hispanoamericana y la posición -que en el contexto internacional -ve­nía tomando la unidad continental de esta parte del mundo. El acuerdo de Lima contempló una alianza política y militar -para las re­laciones externas de las naciones firmantes -y dos pactos para sus mutuas rela­ciones, uno de no agresión y otro de arreglo pacífico de las disputas internacionales. En el artículo primero se acordó una alianza político-militar -para contrarrestar a los poderes extranjeros. Los pactos aparecen disgregados en va­rios de los artículos del tratado. El mencionado artículo primero estableció -que las partes contratantes -se unen, ligan i confederan para sostener la sobe­ranía i la independencia de cada una de ellas, para mantener la integridad de sus territorios, para asegurar en ellos su dominio i señorío, i para no consentir que se infieran impunemente a ninguna de ellas ofensas o ultrajes indebidos”. Para ello el mismo artículo ordenaba que -se auxiliaran con sus fuerzas marítimas, i con los demás medios de defensa de que puedan disponer”. El arreglo del contingente de fuerzas -que debía obrar de acuerdo con lo estipulado por el congreso -quedó establecido en el artículo 15. Como en el Congreso de Panamá de 1826, el espíritu del tratado de Li­ma -firmado en 1848 -fue el de la unión y defensa de los intereses de los países hispanoamericanos. Cabe destacar que -si bien en términos generales el objetivo en uno y otro congresos fue el mismo, se advierte que en el que tuvo lu­gar en Lima hay un cambio en cuanto a la noción de la unidad e identidad continental. El concepto utilizado en el congreso celebrado en Panamá fue América, en la reunión de Lima, sin que esta noción hubiera desaparecido, se habló preferentemente de Hispanoamérica. El cambio de término obedeció a una mayor conciencia -de lo que constituía la identidad cultural -del grupo de los países que habían conformado la antigua América española. En este con­texto se puede afirmar que la noción o idea de Hispanoamérica -hacía referencia a un grupo de países -que dados los constantes intentos de agresión de que eran objeto desde que habían logrado su Independencia, intentaban mostrar­se ante la comunidad internacional- como países libres y unidos por una serie de intereses comunes -y vínculos de tipo cultural. Por otra parte, en el conti­nente americano, el concepto Hispanoamérica intentaba diferenciarse de la otra América, de la del norte, que desde los años cuarenta se había sumado a los intereses neocolonialistas sobre el resto del continente.

El Congreso de Santiago de Chile de 1856

El 15 de septiembre de 1856 los representantes de Ecuador, de Perú y de Chile -firmaron un nuevo tratado que estableció unas bases de unión para parte de las repúblicas hispanoamericanas. Como en anteriores oportunidades, el acuerdo es­tuvo motivado por acontecimientos de carácter internacional. En esta ocasión se trató de la invasión de William Walker a Nicaragua -y de un convenio comercial firmado entre Ecuador y Estados Unidos -el 20 de noviembre de 1854. Median­te este acuerdo -el gobierno ecuatoriano le otorgaba al país del norte- una concesión para la explotación del guano en las islas Galápagos. Este tratado comercial fue objeto de protestas por parte de los representantes de Inglaterra, Francia, Es­paña y Perú, quienes consideraron que se había establecido un protectorado nor­teamericano en dichas Islas. Ambas coyunturas internacionales encendieron nue­vamente la chispa- la unidad hispanoamericana. Uno de los primeros países del área en protestar contra la -por entonces llamada -expedición pirata y filibustera” de Walker a Nicaragua en julio de 1856 - fue Venezuela. Efectivamente el gobier­no venezolano expidió una circular -en la que protestó por el reconocimiento que hacía el gobierno norteamericano a la situación establecida por Walker -en el país centroamericano. Como medida complementaria a las críticas realizadas al go­bierno de Estados Unidos, Venezuela exhortó a la comunidad de países hispa­noamericanos- para que realizaran un congreso que debería reunirse en Panamá. El gobierno peruano también protestó por el reconocimiento- que el gobierno norteamericano había hecho a las acciones emprendidas por Walker en Nicara­gua. Otro de los países que manifestó su disentimiento ante estos acontecimien­tos fue Chile. En agosto de 1856 la Cámara de Diputados de este país -solicitó al presidente Manuel Montt intervenir en los asuntos de Nicaragua. El tratado comercial establecido entre los gobiernos de Ecuador y Estados Unidos- también provocó otras reacciones. Por ejemplo, el ministro de Relacio­nes Exteriores de Chile, Antonio Varas, envió una circular a todos los países suramericanos- en la que les sugería una reunión con el objeto de discutir los posibles efectos del pretendido -protectorado del país del norte en las Galápa­gos.
Después de las protestas, denuncias y exhortaciones a la unidad hispa­noamericana, en Santiago de Chile, los representantes de Chile, Ecuador y Pe­rú, firmaron el 15 de septiembre de 1856, “un Tratado de Unión entre sí- i con los demás Estados Americanos que convengan en adherirse a él”. En térmi­nos generales, este acuerdo ponía énfasis en disposiciones de carácter político, entre las que sobresale- la solidaridad debida entre los países firmantes ante po­sibles incursiones filibusteras -y la defensa del territorio de los países compro­metidos en la firma del convenio. También se destacaba el nexo comercial de los países signatarios. El artículo 13 de este tratado estableció las bases para preservar la soberanía territorial -de cada uno de los gobiernos garantes del convenio. En clara alusión al filibusterismo de Walker, los artículos 14 a 19 esta­blecieron mecanismos para rechazar cualquier intento de expedición - o agre­sión militar contra los países firmantes del acuerdo. Frente al filibusterismo patrocinado por Estados Unidos -renació la búsque­da de una identidad de América. Ya no se trataba de diferenciarse de España, co­mo en los tiempos de la Independencia, sino de la América del Norte. En Benjamín Vicuña Mackenna se encuentra de manera explícita el deseo de encontrar un nombre -que no sólo diera presencia a las naciones latinoamericanas en el contexto internacional, sino que también las diferenciara del coloso del norte:
La guerra a los filibusteros es la guerra a la América del Norte, es una guerra na­cional, es la causa de la América Española Seamos sudamericanos frente a la América del Norte! Que nuestra familia, que cuenta tantas denominaciones de mutua hostilidad, sea un solo nombre delante del nombre americano, de ese Pluribus Unum que es único y por eso es todopoderoso. Que nuestras divididas repúblicas sean una sola América delante de las repúblicas unidas del Norte, que son una sola América también.

El Congreso de Lima de 1865

Después de la firma del tratado de Santiago de Chile en 1856, varias agresio­nes al continente reactivaron el movimiento unionista y de confederación en el área. Estos hechos fueron los siguientes: la intervención francesa en México en 1861, la anexión de Santo Domingo a España y el conflicto peruano-es- pañol de 1863, en el que una flota naval española se puso frente a las costas peruanas y ocupó transitoriamente las islas Chinchas. La agresión española contra territorio peruano fue protestada por el gobierno de este país -y por el cuerpo diplomático hispanoamericano residente en Lima. Además, casi todos los gobiernos del área se solidarizaron con Perú. Después de dos circulares en las que el gobierno peruano convocaba a un congreso hispanoamericano, mismas que dieron lugar a respuestas en favor y en contra de parte de los go­biernos invitados, la reunión propuesta comenzó a sesionar el 15 de octubre de 1864. Francisco Cuevas Cancino afirma que aunque el conflicto peruano- español no figuró en el programa, recibió atención preferente. A las sesiones concurrieron los delegados de Bolivia, Chile, Ecuador, El Salvador y Perú. Los representantes de Argentina —Domingo Sarmiento— y Guatemala — Alcántara— participaron de las discusiones, pero no tuvieron autorización de sus gobiernos respectivos. A finales de diciembre de 1864 el gobierno perua­no decidió actuar. Como producto de las negociaciones emprendidas por las autoridades peruanas, se firmó un acuerdo entre el general peruano Vivanco y el jefe de la escuadra española almirante Pareja. Una vez que se conoció el tratado Vivanco-Pareja, el conflicto peruano-español ya no fue más asunto del congreso, el cual pasó a ocuparse, de acuerdo con Cuevas Cancino, de su agenda inicial. En la clausura del congreso —marzo de 1865— se firmaron cuatro tra­tados: de unión y alianza, de conservación de paz, de correos y de comercio y navegación. Según Cuevas Cancino, el objetivo del tratado de unión y alian­za -fue proporcionar la seguridad a los países firmantes ante cualquier agresión proveniente del exterior. Igualmente, estrechar las relaciones de los países fir­mantes del tratado - y promover intereses comunes, mediante la garantía mu­tua de independencia, soberanía e integridad territorial.

3. LA UNIÓN Y CONFEDERACIÓN EN LOS INTELECTUALES HISPANOAMERICANOS

En las páginas anteriores -se han revisado y analizado- buena parte de los trata­dos de unión y confederación firmados por los países hispanoamericanos -du­rante el periodo comprendido entre la década de 1820 a 1860. Como com­plemento a estas reuniones que buscaban concretar la liga, confederación y defensa de las jóvenes repúblicas, en cierta intelectualidad de la época -se dio una amplia discusión en torno a los problemas de la unión e identidad hispa­noamericana. Los representantes más sobresalientes de este círculo de intelec­tuales fueron Benjamín Vicuña Mackenna, Juan Bautista Alberdi, Juan Manuel Carrasco Albano, Francisco Bilbao, Francisco de Paula Vijil y José María Torres Caicedo, entre otros. El mismo Vicuña Mackenna exaltó la labor del grupo -afirmando que sus tareas, tanto o más que las asambleas oficiales, han contribuido a dar conciencia i popularidad a la asociación americana”. Estudiar los escritos de algunos de estos personajes -permitirá aportar otros elementos que proporcionen un mejor acercamiento al problema que se estudia. En 1857 el ministro de México en Guatemala, Juan Nepumuceno Pere­da, escribió una memoria en la que planteaba la necesidad de un congreso de plenipotenciarios de los -Estados Hispanoamericanos”. En ella el autor mencionaba el peligro que corría tanto la existencia política como territorial de estas naciones. El argumento central expuesto por Pereda tuvo que ver con que la -raza latina” en el continente americano venía siendo amenazada en su existencia por la -raza anglosajona” en su vertiente norteamericana. Adelan­tándose un tanto al arielismo de Rodó, Pereda señaló las potencialidades de la -raza latina” que habitaba en -Hispanoamérica” para luego señalar cómo esta parte del continente había -ido decayendo de preponderancia, al compás de los desastres sobrevenidos a su antigua Metrópoli; mientras que su antagonis­ta, ha aumentado prodigiosamente en poder y en influjo”. Esto, explicaba Pereda, debido a que los países del área vivían en la inestabilidad política y la fal­ta de unión, mientras que el país del norte hacía gala de estabilidad, trabajo e inteligencia. Pereda, no obstante señala los principales problemas de los países hispanoamericanos, planteó una solución a ellos. El remedio, afirmó, esta­ba en -hacer un llamado no ya únicamente al patriotismo local, sino al senti­miento de raza” y a la unidad, mediante la organización de un Congreso Americano. Destaca en esta vía de solución propuesta por Pereda el hecho de que el peligro al cual estaba expuesta- la raza latina” del continente ameri­cano, en virtud de la amenaza anglosajona, lo hacía extensivo a su homólogo europeo, principalmente España. Ello en razón de que las posesiones del país ibérico en las Antillas y en el Pacífico estaban siendo constantemente asedia­das por Estados Unidos. De allí que Pereda recomendara que España fuera in­ vitada al congreso que estaba proponiendo. Seguramente que años más tarde, cuando la flota de su majestad María Cristina se acercó peligrosamente a las costas peruanas, Pereda reconsideró su posición. Juan Manuel Carrasco Albano tuvo una opinión parecida a la de Pereda -acerca del problema de la unión y confederación hispanoamericana. Su pun­to de vista lo expuso en una memoria en la que dejó sentada la necesidad- y objetos de un -congreso americano”. Al igual que Pereda, el punto central de Carrasco- era impedir la absorción de la -raza española en América” por parte del elemento anglosajón de Norteamérica. Para Carrasco, el objetivo princi­pal del congreso que estaba proponiendo -debía ser concertar los medios de de­fensa necesarios para impedir las sucesivas usurpaciones del coloso del norte: “oponer a la Confederación política norte-americana -la federación moral de la comunidad de sentimientos, de miras i de intereses, realizar por el concurso libre de las voluntades -la unión que el yugo colonial mantenía por la fuerza, constituir en suma una nacionalidad sud-americana”. Bajo la bandera de que la -raza latina” no debía sucumbir en América bajo el influjo de -la raza an­glosajona”, algunos de los intelectuales latinoamericanos del periodo que se estudia -se plantearon el problema de una -confederación hispanoamericana”. Carrasco, a diferencia de Pereda, no se limitó a denunciar el peligro que acechaba a la -raza latina” de las naciones latinoamericanas, sino que señaló los caminos que alejarían la amenaza anglosajona. Para Carrasco, las materias que deberían ocupar un -congreso hispanoamericano” eran tan -varias como las que constituyen la vida social, política e internacional de las naciones”. Así las cosas, planteó la paz internacional, la unidad de legislación, la abolición de aduanas, el impulso a los caminos y ferrocarriles, la colonización y la inmigra­ción, la instrucción pública -y otros aspectos que promovieran el progreso de estos países. En esto, como muestro a renglón seguido, la propuesta de Ca­rrasco se acercó a la de Juan Bautista Alberdi. En relación con la unidad y confederación hispanoamericana, Alberdi adoptó un punto de vista diferente al de Pereda -y se acercó a los planteamien­tos de Carrasco. El aspecto a destacar en Alberdi es que, desde su perspectiva, la confederación de los países hispanoamericanos no debía adoptar el programa de Panamá, -no es la liga militar de nuestro continente, no es la centrali­zación de sus armas lo que es llamado a organizar esta vez. Los intereses de América han cambiado: sus enemigos políticos han desaparecido. La épo­ca política i militar ha pasado: la han sucedido los tiempos de las empresas materiales, del comercio, de la industria i riquezas”. Como correspondía a un intelectual del siglo XIX, Alberdi anteponía la idea del progreso a cualquier otro tipo de solución. En su propuesta de unión y confederación, el enemigo a vencer no era -el mal de opresión extranjera, sino el mal de pobreza, de despoblación, de atraso i miseria. Los actuales enemigos de la América están abrigados dentro de ella misma”. En opinión de Alberdi los ad­versarios que el continente albergaba en sí mismo -no eran otros que las malas condiciones geográficas -traducidas en la incomunicación que padecía toda la región -y en la ausencia de crédito, “como medio de producir la riqueza posi­tiva i real”. En Alberdi, la idea de la confederación fue más allá de la defen­sa y afianzamiento de la Independencia. El intelectual argentino le dio énfasis a la necesidad de vincular más estrechamente entre sí -a los países hispanoame­ricanos, y a todo el continente con las naciones europeas, por medio del co­mercio, del progreso material y social, para usar los términos de la época. En Alberdi hay una idea muy presente y generalizada en el pensamiento liberal del siglo XIX, como era el afianzamiento de las naciones sobre la base de alcan­zar el progreso. Lo novedoso en Alberdi es que vinculó esta idea- con las aspi­raciones de unión y confederación americana. En Francisco Bilbao el problema de la unión hispanoamericana se plantea de manera diferente. En él- la idea de la confederación de estos países -estuvo asociada no sólo con una alianza para la defensa de la Independencia contra las tentativas de Europa, ni solamente en vista de intereses comerciales. En su opinión la unión tenía un carácter más elevado y trascendental: “Unificar el al­ma de la América. Identificar su destino con el de la República. Unificar el pensamiento, unificar el corazón, unificar la voluntad de la América. Idea de la libertad universal, fraternidad universal i práctica de la soberanía”. La idea de Bilbao se montó sobre un discurso completamente liberal- y político- en el que se reivindicaba la República -como la forma de gobierno más adecuada para el desarrollo de las naciones, con lo cual estaba haciendo una crítica a los intentos de instaurar monarquías en el continente -que tuvieron un fuerte apoyo en Europa. En este sentido afirmó que no quería ver en el continente -ejecutivos-monarquía, ni centralización despótica, ni conquista, ni pacificación teocrática”. También resalta en su propuesta -la idea de la libertad y la fraternidad universales, y la práctica de la soberanía, como elementos modernizadores de la sociedad y la política de las naciones hispanoamericanas. En el pensa­miento de Bilbao la base de la unidad- era la asociación de las personalidades libres, hombres y pueblos con el fin de conseguir la fraternidad universal. En diversos escritos -José María Torres Caicedo denunció el filibusterismo patrocinado por Estados Unidos sobre Centro América -que afirmaba, podría incluso alcanzar el resto del continente. Torres Caicedo hizo un urgente lla­mado para que prontamente se organizara una confederación hispanoameri­cana. Refiriéndose a la Nueva Granada —específicamente a Panamá— afirmó que su independencia estaba amenazada y que -la raza española está en vísperas de ser absorbida en América por los anglo-sajones”. En un poema, cantó las desgracias que vivía el continente y la necesidad de que se uniera:

SEIS

“Cuanto es útil, es bueno”, así creyendo, La Unión americana da al olvido La Justicia, el Debér, lo que es prohibido Por santa ley de universal amor; Y convirtiendo la Moral en cifras, Lo provechoso como justo sigue; El Debér! qué le importa si consigue Aumentar su riqueza y su esplendor!

A su ancho pabellón estrellas faltan, Requiere su comercio otras regiones; Mas flotan en el Sur libres pendones— Que caigan! dice la potente Unión. La América central es invadida, El Istmo sin cesar amenazado, Y Walker, el pirata, es apoyado Por la del Norte, pérfida nación!

nueve

Mas aislados se encuentran, desunidos, Esos pueblos nacidos para aliarse: La unión es su deber, su ley amarse: Igual origen tienen y misión;— La raza de la América latina, Al frente tiene la sajona raza,— Enemiga mortal que ya amenaza Su libertad destruir y su pendón.

El punto de vista de Torres Caicedo -se apegaba a la hipótesis de la liga anfictiónica surgida en el Congreso de Panamá de 1826. Para el intelectual co­lombiano- lo prioritario era establecer una liga defensiva y ofensiva para dete­ner al enemigo. Los aspectos que a continuación se mencionan son parte central en la propuesta de unión continental -que Torres Caicedo formuló en su momento: 1) Formar una confederación para impedir que se repitiesen las agresiones contra los países del área. 2) Celebrar un tratado de garantía entre todas las naciones -hispanoamericanas” y las potencias europeas que tuviesen posesiones en la -América del Sur”. 3) Establecer un periódico escrito en fran­cés y publicado en París o Bruselas, en el que se explicaran las cuestiones in­ternacionales que se suscitasen en Hispanoamérica -y defendieran sus intereses. En Torres Caicedo -la unión de los países del continente -constituía la gran panacea para la solución de los problemas de los países del área. En este sen­tido Torres Caicedo afirmaba que la unión -será fecunda en resultados; ella transformará la faz política y social de las Repúblicas de la América Latina. Sí! la unión es la palabra de vida para la América española, así como ha sido para todos los pueblos ”. De los autores revisados en lo que tiene que ver con el problema de la unión -y confederación de los países latinoame­ricanos, Torres Caicedo fue el más utópico de todos en cuanto a sus formula­ciones, dada la importancia que puso en la unión, como la solución a los pro­blemas sociales, políticos y económicos de los países latinoamericanos.

CONCLUSIONES

Los intentos de confederación -y de unión hispanoamericana -durante el perio­do comprendido entre 1826 y 1860 -estuvieron ligados a dos fenómenos. El primero, establecer una defensa de la Independencia -y con ello autoafirmarse como países libres. En segundo término, dichos intentos por organizar una li­ga de naciones - permitieron ir construyendo una identidad continental. Esta identidad continental tuvo dos variantes: una, que se mostró ante Europa co­mo una entidad territorial nueva en el contexto internacional, y otra, expuesta ante los Estados Unidos de Norteamérica, en la idea de presentarse como el otro gran bloque de estados- que conformaban el continente americano. Los procesos de integración estudiados, aunque no tuvieron mucho éxito, posibilitaron moldear y reforzar la idea -y el nombre de algo que se inició en los tiempos anteriores a la Independencia como América y lo americano, para al final del proceso cristalizar en América Latina y lo latinoamericano. En relación con este proceso, en un primer momento se ha podido identificar una etapa, la de la Independencia, en la que se habló de la defensa del continente americano frente a las agresiones venidas de Europa. Cuando las arremetidas colonialistas provinieron del vecino del norte, sin que las del viejo continente hubieran desaparecido, hubo la necesidad de cambiar la idea y el nombre de América y de lo americano, por otra noción que permitiéra seguir defendien­do la Independencia -y los intereses de los países comprometidos en el proyec­to de confederación. Esta nueva noción y nombre fue Hispanoamérica. Muy contemporánea a esta idea y noción del continente fue apareciendo otra, La­tinoamérica, que curiosamente no fue muy usada en los congresos estudiados. Esta designación tomó fuerza e identidad -sobre todo durante el tránsito del si­glo XIX al XX. Los intelectuales latinoamericanos tuvieron mucho que ver con el proceso de la unión y confederación, y con las transformaciones del concepto más apro­piado -para designar a esta parte del continente. Muchos de ellos contribuyeron con sus escritos y discusiones- a ir moldeando la idea y el nombre de América Latina durante el siglo XIX. Hubo diferentes posiciones, unas utópicas, otras de carácter político-militar y unas más que apuntaron a ver en la unión y confe­deración -el anhelado progreso a que toda sociedad del siglo XIX aspiró.
Sin duda, los proyectos de unión y confederación de los países del sur del continente - durante el siglo XIX tuvieron mucho de utópico, a pesar de que se realizaron congresos que impulsaban la mancomunidad de intereses. Pero las condiciones económicas y políticas, sumadas a los localismos impidieron que ese sueño impulsado por tantos, desde Miranda y Bolívar, lograra cristalizar. No obstante, lo interesante a destacar en estos intentos es que, tanto los con­gresos como las discusiones en torno al problema de la unión y confederación, aportaron elementos importante al proceso complejo de construcción del nombre y la identidad de América Latina.

ANEXO

Notas sobre algunas de las fuentes para el estudio de una identidad latinoamericana durante el siglo XIX

Las fuentes históricas que han sido utilizadas para sustentar este trabajo- son las memorias de los congresos de integración americana celebrados hasta la década de los 1860, ellos fueron los siguientes: el Congreso de Panamá reuni­do en junio de 1826; el Congreso de Plenipotenciarios, reunido en Lima en enero de 1848; el Tratado de Unión, celebrado entre Chile, Perú y Ecuador en 1856, y el convenio acordado en Lima en 1865. Otro tipo de fuente para argumentar este estudio -son los escritos de algunos intelectuales americanos que trabajaron en la idea de la unión e integración americana, así como en la formación de una identidad americana. Entre los más importantes de ellos fi­guran Benjamín Vicuña Mackenna, Juan Bautista Alberdi, Juan Manuel Ca­ rrasco Albano, Francisco Bilbao, Francisco de Paula Vijil y José María Torres Caicedo. La unión hispanoamericana quedó planteada en escritos de carácter ofi­cial- y ensayos que fueron publicados en importantes periódicos de la época. Parte de ellos fueron recopilados- y publicados en 1862 - por la Sociedad de la Unión Americana de Santiago de Chile, bajo el titulo Colección de ensayos i documentos relativos a la Unión y confederación de los pueblos Hispano-Americanos. Esta colección de documentos fue compilada por José Victorino Lastarria, Al­varo Covarrubias, Domingo Santa María y Benjamín Vicuña Mackenna. Otra fuente histórica empleada en la elaboración de este ensayo- la he encontrado en recopilaciones documentales publicadas bajo el patrocinio de entidades ofi­ciales -o como anexos de investigaciones realizadas por estudiosos del tema. Así por ejemplo, en 1926 la Secretaría de Relaciones Exteriores de México -publi­có bajo la coordinación de Antonio de la Peña y Reyes- un tomo titulado El Congreso de Panamá y algunos otros proyectos de Unión Hispanoamericana. En esta obra se recogieron los textos -de algunos de los acuerdos a que se llegó en los congresos de confederación ya mencionados, además de algunos otros con­gresos de esta índole realizados hacia el final del siglo XIX. Este libro incluye una interesante memoria del representante mexicano ante el gobierno de Guatemala, Juan Nepomuceno Pereda, escrita en 1857 - y el proyecto de una Asam­blea General Americana -escrito en 1862 por Matías Romero, representante mexicano ante los Estados Unidos de América. Arturo Ardao, en su libro Gé­nesis de la idea y el nombre de América Latina, publicó como anexo documental algunos de los textos de José María Torres Caicedo, uno de los intelectua­les latinoamericanos del siglo XIX -que más coadyuvó en la idea continental hispanoamericana. En su serie Cuadernos de Cultura Latinoamericana, la Uni­versidad Nacional Autónoma de México, junto con la Unión de Universida­des de América Latina, publicó algunos de los documentos más importantes -que a propósito del problema de la unión y confederación hispanoamericana -se escribieron durante el siglo antepasado. Por su parte, la Biblioteca Ayacucho, en su conocida serie de títulos auspiciada por el gobierno venezolano, ha publicado los más importantes escritos de algunos de los intelectuales del si­glo XIX -que por medio de sus escritos contribuyeron al proceso de la identi­dad del continente americano. Por su importancia -como fuente histórica -para el estudio de la construc­ción de una identidad americana -durante el periodo en estudio, vale la pena hacer una breve reseña crítica de las ediciones de la Colección de ensayos -i do­cumentos relativos a la Unión y confederación de los pueblos Hispano-Americanos. Después de la primera edición chilena de este libro -que data de 1862, poco más de un siglo después, en 1976, en Panamá se hizo una nueva edición. Tres años más tarde, la Unión de Universidades de América Latina -con sede en México- publicó un facsímil de la edición chilena de 1862. En el prólogo de esta edición mexicana -el historiador panameño Ricaurte Soler -afirma que és­ta debe considerarse como la primera edición mexicana de tan importante colección de documentos. En realidad, el facsímil de 1979 corresponde a la segunda edición mexicana del libro que se comenta, puesto que en 1919 -la Secretaría de Gobernación de este país -realizó la que en realidad fue la primera edición mexicana de esta importante compilación de ensayos y documentos -relativos a la unión y confederación de los países hispanoamericanos. Hay que señalar que entre la edición chilena de 1862 y la mexicana de 1919, exis­ten leves pero importantes diferencias en relación con el nombre del libro, cu­yo título original es Colección de ensayos - i documentos relativos a la Unión y con­ federación de los pueblos Hispano-Americanos. En la edición mexicana de 1919 el título cambia a: El ideal Latino-Americano. Colección de documentos» protocolos de diversos Congresos» memorias de eminentes pensadores y otras materias de muy vivo interés que se refieren a la proyectada Unión y Confederación de los paí­ses Centro y Suramericanos. En función del tema general de este ensayo, me in­ teresa destacar el cambio entre la denominación Hispano-Americanos» de la edición chilena de 1862, a Latino-Americano» de la aparecida en México en 1919. Ello por cuanto estas denominaciones hacen parte de la evolución del término - y de la construcción de una identidad continental americana. El cambio obedece a la coyuntura en la que aparecen una y otra edición. Para el caso de la edición chilena de 1862, tal como Ricaurte Soler afirma en el prólo­go a la edición mexicana de 1979, facsímil de aquélla, el libro aparece como producto de la -conmoción que, a escala hispanoamericana, produjo la inva­sión francesa a México”. En ese momento la expresión Hispanoamérica era más usual que Latinoamérica» aunque hay que decir que -este último término ya había sido introducido -en el pensamiento de algunos de los intelectuales la­tinoamericanos -que se ocupaban de estos temas, especialmente de los que re­sidían en París. La publicación mexicana de 1919 - tiene como contexto la Re­volución. En la introducción a esta edición, cuyo autor no se menciona, hay referencias a la -Doctrina Carranza”, esto es, a la política internacional del lí­der revolucionario. En esta materia Venustiano Carranza desconoció la -Doc­trina Monroe” y, en cambio, habló de una política internacional basada en la -igualdad, el mutuo respeto a las instituciones y a las leyes y la firme y constante voluntad de no intervenir jamás, bajo ningún pretexto en los asuntos in­teriores de otros países”. La idea de Carranza era que los principios de sobe­ranía adquiridos por México con la Revolución- se pudieran hacer extensivos al resto de los países de América Latina. Ahora bien, otro aspecto que se puede argumentar para explicar el cambio de conceptualización del continente- es que para este momento, sin que el concepto Hispanoamérica hubiera desaparecido, la noción Latinoamérica había tomado mayor auge sobre ésta. Entre otros aspectos, este cambio de nombre y conceptualización del continente -obedeció a un afianzamiento de la corriente latinoamericanista -frente al discurso panamericano promovido por Estados Unidos y, también, frente a la insistencia de algunos hispanófilos -y del mismo gobierno español por recuperar el terreno perdido -a raíz de la debacle sufrida por España en 1898.

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Antonio Romero

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