Nací Porque Iba a Quererte de Diego Martin
Letra de Nací Porque Iba a Quererte
Acto Segundo
Habitación blanca del interior de la casa de Bernarda. Las puertas de la izquierda dan a los dormitorios. Las hijas de Bernarda están sentadas en sillas bajas, cosiendo. Magdalena borda. Con ellas está la Poncia.
Angustias: Ya he cortado la tercer sábana.
Martirio: Le corresponde a Amelia.
Magdalena: Angustias, pongo también las iniciales de Pepe?
Angustias: (Seca.) No.
Magdalena: (A voces.) Adela, no vienes?
Amelia: Estará echada en la cama.
La Poncia: Ésa tiene algo. La encuentro sin sosiego, temblona, asustada, como si tuviera una lagartija entre los pechos.
Martirio: No tiene ni más ni menos que lo que tenemos todas.
Magdalena: Todas, menos Angustias.
Angustias: Yo me encuentro bien, y al que le duela que reviente.
Magdalena: Desde luego hay que reconocer que lo mejor que has tenido siempre ha sido el talle y la delicadeza.
Angustias: Afortunadamente pronto voy a salir de este infierno.
Magdalena: ¡A lo mejor no sales!
Martirio: ¡Dejar esa conversación!
Angustias: Y, además, ¡mas vale onza en el arca que ojos negros en la cara!
Magdalena: Por un oído me entra y por otro me sale.
Amelia: (A la Poncia.) Abre la puerta del patio a ver si nos entra un poco el fresco.
(La Poncia lo hace.)
Martirio: Esta noche pasada no me podía quedar dormida del calor.
Amelia: ¡Yo tampoco!
Magdalena: Yo me levanté a refrescarme. Había un nublo negro de tormenta y hasta cayeron algunas gotas.
La Poncia: Era la una de la madrugada y salía fuego de la tierra. También me levanté yo. Todavía estaba Angustias con Pepe en la ventana.
Magdalena: (Con ironía.) Tan tarde? A qué hora se fue?
Angustias: Magdalena, a qué preguntas, si lo viste?
Amelia: Se iría a eso de la una y media.
Angustias: Sí. Tú por qué lo sabes?
Amelia: Lo sentí toser y oí los pasos de su jaca.
La Poncia: ¡Pero si yo lo sentí marchar a eso de las cuatro!
Angustias: ¡No sería él!
La Poncia: ¡Estoy segura!
Amelia: A mí también me pareció...
Magdalena: ¡Qué cosa más rara!
(Pausa.)
La Poncia: Oye, Angustias, qué fue lo que te dijo la primera vez que se acercó a tu ventana?
Angustias: Nada. ¡Qué me iba a decir? Cosas de conversación.
Martirio: Verdaderamente es raro que dos personas que no se conocen se vean de pronto en una reja y ya novios.
Angustias: Pues a mí no me chocó.
Amelia: A mí me daría no sé qué.
Angustias: No, porque cuando un hombre se acerca a una reja ya sabe por los que van y vienen, llevan y traen, que se le va a decir que sí.
Martirio: Bueno, pero él te lo tendría que decir.
Angustias: ¡Claro!
Amelia: (Curiosa.) Y cómo te lo dijo?
Angustias: Pues, nada: "Ya sabes que ando detrás de ti, necesito una mujer buena, modosa, y ésa eres tú, si me das la conformidad."
Amelia: ¡A mí me da vergüenza de estas cosas!
Angustias: Y a mí, ¡pero hay que pasarlas!
La Poncia: Y habló más?
Angustias: Sí, siempre habló él.
Martirio: Y tú?
Angustias: Yo no hubiera podido. Casi se me salía el corazón por la boca. Era la primera vez que estaba sola de noche con un hombre.
Magdalena: Y un hombre tan guapo.
Angustias: No tiene mal tipo.
La Poncia: Esas cosas pasan entre personas ya un poco instruidas, que hablan y dicen y mueven la mano... La primera vez que mi marido Evaristo el Colorín vino a mi ventana... ¡Ja, ja, ja!
Amelia: Qué pasó?
La Poncia: Era muy oscuro. Lo vi acercarse y, al llegar, me dijo: "Buenas noches." "Buenas noches", le dije yo, y nos quedamos callados más de media hora. Me corría el sudor por todo el cuerpo. Entonces Evaristo se acercó, se acercó que se quería meter por los hierros, y dijo con voz muy baja: "¡Ven que te tiente!"
(Ríen todas. Amelia se levanta corriendo y espía por una puerta.)
Amelia: ¡Ay! Creí que llegaba nuestra madre.
Magdalena: ¡Buenas nos hubiera puesto! (Siguen riendo.)
Amelia: Chisst... ¡Que nos va a oír!
La Poncia: Luego se portó bien. En vez de darle por otra cosa, le dio por criar colorines hasta que murió. A vosotras, que sois solteras, os conviene saber de todos modos que el hombre a los quince días de boda deja la cama por la mesa, y luego la mesa por la tabernilla. Y la que no se conforma se pudre llorando en un rincón.
Amelia: Tú te conformaste.
La Poncia: ¡Yo pude con él!
Martirio: Es verdad que le pegaste algunas veces?
La Poncia: Sí, y por poco lo dejo tuerto.
Magdalena: ¡Así debían ser todas las mujeres!
La Poncia: Yo tengo la escuela de tu madre. Un día me dijo no sé qué cosa y le maté todos los colorines con la mano del almirez. (Ríen)
Magdalena: Adela, niña, no te pierdas esto.
Amelia: Adela. (Pausa.)
Magdalena: ¡Voy a ver! (Entra.)
La Poncia: ¡Esa niña está mala!
Martirio: Claro, ¡no duerme apenas!
La Poncia: Pues, qué hace?
Martirio: ¡Yo qué sé lo que hace!
La Poncia: Mejor lo sabrás tú que yo, que duermes pared por medio.
Angustias: La envidia la come.
Amelia: No exageres.
Angustias: Se lo noto en los ojos. Se le está poniendo mirar de loca.
Martirio: No habléis de locos. Aquí es el único sitio donde no se puede pronunciar esta palabra.
(Sale Magdalena con Adela.)
Magdalena: Pues, no estabas dormida?
Adela: Tengo mal cuerpo.
Martirio: (Con intención.) Es que no has dormido bien esta noche?
Adela: Sí.
Martirio: Entonces?
Adela: (Fuerte.) ¡Déjame ya! ¡Durmiendo o velando, no tienes por qué meterte en lo mío! ¡Yo hago con mi cuerpo lo que me parece!
Martirio: ¡Sólo es interés por ti!
Adela: Interés o inquisición. No estabais cosiendo? Pues seguir. ¡Quisiera ser invisible, pasar por las habitaciones sin que me preguntarais dónde voy!
Criada: (Entra.) Bernarda os llama. Está el hombre de los encajes. (Salen.)
(Al salir, Martirio mira fijamente a Adela.)
Adela: ¡No me mires más! Si quieres te daré mis ojos, que son frescos, y mis espaldas, para que te compongas la joroba que tienes, pero vuelve la cabeza cuando yo pase.
(Se va Martirio.)
La Poncia: ¡Adela, que es tu hermana, y además la que más te quiere!
Adela: Me sigue a todos lados. A veces se asoma a mi cuarto para ver si duermo. No me deja respirar. Y siempre: "¡Qué lástima de cara! ¡Qué lástima de cuerpo, que no va a ser para nadie!" ¡Y eso no! Mi cuerpo será de quien yo quiera!
La Poncia: (Con intención y en voz baja.) De Pepe el Romano, no es eso?
Adela: (Sobrecogida.) Qué dices?
La Poncia: ¡Lo que digo, Adela!
Adela: ¡Calla!
La Poncia: (Alto.) Crees que no me he fijado?
Adela: ¡Baja la voz!
La Poncia: ¡Mata esos pensamientos!
Adela: Qué sabes tú?
La Poncia: Las viejas vemos a través de las paredes. Dónde vas de noche cuando te levantas?
Adela: ¡Ciega debías estar!
La Poncia: Con la cabeza y las manos llenas de ojos cuando se trata de lo que se trata. Por mucho que pienso no sé lo que te propones. Por qué te pusiste casi desnuda con la luz encendida y la ventana abierta al pasar Pepe el segundo día que vino a hablar con tu hermana?
Adela: ¡Eso no es verdad!
La Poncia: ¡No seas como los niños chicos! Deja en paz a tu hermana y si Pepe el Romano te gusta te aguantas. (Adela llora.) Además, quién dice que no te puedas casar con él? Tu hermana Angustias es una enferma. Ésa no resiste el primer parto. Es estrecha de cintura, vieja, y con mi conocimiento te digo que se morirá. Entonces Pepe hará lo que hacen todos los viudos de esta tierra: se casará con la más joven, la más hermosa, y ésa eres tú. Alimenta esa esperanza, olvídalo. Lo que quieras, pero no vayas contra la ley de Dios.
Adela: ¡Calla!
La Poncia: ¡No callo!
Adela: Métete en tus cosas, ¡oledora! ¡pérfida!
La Poncia: ¡Sombra tuya he de ser!
Adela: En vez de limpiar la casa y acostarte para rezar a tus muertos, buscas como una vieja marrana asuntos de hombres y mujeres para babosear en ellos.
La Poncia: ¡Velo! Para que las gentes no escupan al pasar por esta puerta.
Adela: ¡Qué cariño tan grande te ha entrado de pronto por mi hermana!
La Poncia: No os tengo ley a ninguna, pero quiero vivir en casa decente. ¡No quiero mancharme de vieja!
Adela: Es inútil tu consejo. Ya es tarde. No por encima de ti, que eres una criada, por encima de mi madre saltaría para apagarme este fuego que tengo levantado por piernas y boca. Qué puedes decir de mí? Que me encierro en mi cuarto y no abro la puerta? Que no duermo? ¡Soy más lista que tú! Mira a ver si puedes agarrar la liebre con tus manos.
La Poncia: No me desafíes. ¡Adela, no me desafíes! Porque yo puedo dar voces, encender luces y hacer que toquen las campanas.
Adela: Trae cuatro mil bengalas amarillas y ponlas en las bardas del corral. Nadie podrá evitar que suceda lo que tiene que suceder.
La Poncia: ¡Tanto te gusta ese hombre!
Adela: ¡Tanto! Mirando sus ojos me parece que bebo su sangre lentamente.
La Poncia: Yo no te puedo oír.
Adela: ¡Pues me oirás! Te he tenido miedo. ¡Pero ya soy más fuerte que tú!
(Entra Angustias.)
Angustias: ¡Siempre discutiendo!
La Poncia: Claro, se empeña en que, con el calor que hace, vaya a traerle no sé qué cosa de la tienda.
Angustias: Me compraste el bote de esencia?
La Poncia: El más caro. Y los polvos. En la mesa de tu cuarto los he puesto.
(Sale Angustias.)
Adela: ¡Y chitón!
La Poncia: ¡Lo veremos!
(Entran Martirio, Amelia y Magdalena)
Magdalena: (A Adela) Has visto los encajes?
Amelia: Los de Angustias para sus sábanas de novia son preciosos.
Adela: (A Martirio, que trae unos encajes) Y éstos?
Martirio: Son para mí. Para una camisa.
Adela: (Con sarcasmo.) ¡Se necesita buen humor!
Martirio: (Con intención) Para verlos yo. No necesito lucirme ante nadie.
La Poncia: Nadie la ve a una en camisa.
Martirio: (Con intención y mirando a Adela.) ¡A veces! Pero me encanta la ropa interior. Si fuera rica la tendría de holanda. Es uno de los pocos gustos que me quedan.
La Poncia: Estos encajes son preciosos para las gorras de niño, para mantehuelos de cristianar. Yo nunca pude usarlos en los míos. A ver si ahora Angustias los usa en los suyos. Como le dé por tener crías vais a estar cosiendo mañana y tarde.
Magdalena: Yo no pienso dar una puntada.
Amelia: Y mucho menos cuidar niños ajenos. Mira tú cómo están las vecinas del callejón, sacrificadas por cuatro monigotes.
La Poncia: Ésas están mejor que vosotras. ¡Siquiera allí se ríe y se oyen porrazos!
Martirio: Pues vete a servir con ellas.
La Poncia: No. ¡Ya me ha tocado en suerte este convento!
(Se oyen unos campanillos lejanos, como a través de varios muros.)
Magdalena: Son los hombres que vuelven al trabajo.
La Poncia: Hace un minuto dieron las tres.
Martirio: ¡Con este sol!
Adela: (Sentándose) ¡Ay, quién pudiera salir también a los campos!
Magdalena: (Sentándose) ¡Cada clase tiene que hacer lo suyo!
Martirio: (Sentándose) ¡Así es!
Amelia: (Sentándose) ¡Ay!
La Poncia: No hay alegría como la de los campos en esta época. Ayer de mañana llegaron los segadores. Cuarenta o cincuenta buenos mozos.
Magdalena: De dónde son este año?
La Poncia: De muy lejos. Vinieron de los montes. ¡Alegres! ¡Como árboles quemados! ¡Dando voces y arrojando piedras! Anoche llegó al pueblo una mujer vestida de lentejuelas y que bailaba con un acordeón, y quince de ellos la contrataron para llevársela al olivar. Yo los vi de lejos. El que la contrataba era un muchacho de ojos verdes, apretado como una gavilla de trigo.
Amelia: Es eso cierto?
Adela: ¡Pero es posible!
La Poncia: Hace años vino otra de éstas y yo misma di dinero a mi hijo mayor para que fuera. Los hombres necesitan estas cosas.
Adela: Se les perdona todo.
Amelia: Nacer mujer es el mayor castigo.
Magdalena: Y ni nuestros ojos siquiera nos pertenecen.
(Se oye un canto lejano que se va acercando.)
La Poncia: Son ellos. Traen unos cantos preciosos.
Amelia: Ahora salen a segar.
Coro:
Ya salen los segadores
en busca de las espigas;
se llevan los corazones
de las muchachas que miran.
(Se oyen panderos y carrañacas. Pausa. Todas oyen en un silencio traspasado por el sol.)
Amelia: ¡Y no les importa el calor!
Martirio: Siegan entre llamaradas.
Adela: Me gustaría segar para ir y venir. Así se olvida lo que nos muerde.
Martirio: Qué tienes tú que olvidar?
Adela: Cada una sabe sus cosas.
Martirio: (Profunda.) ¡Cada una!
La Poncia: ¡Callar! ¡Callar!
Coro: (Muy lejano.)
Abrir puertas y ventanas
las que vivís en el pueblo;
el segador pide rosas
para adornar su sombrero.
La Poncia: ¡Qué canto!
Martirio: (Con nostalgia.)
Abrir puertas y ventanas
las que vivís en el pueblo...
Adela: (Con pasión.)
... el segador pide rosas
para adornar su sombrero.
(Se va alejando el cantar.)
La Poncia: Ahora dan la vuelta a la esquina.
Adela: Vamos a verlos por la ventana de mi cuarto.
La Poncia: Tened cuidado con no entreabrirla mucho, porque son capaces de dar un empujón para ver quién mira.
(Se van las tres. Martirio queda sentada en la silla baja con la cabeza entre las manos.)
Amelia: (Acercándose.) Qué te pasa?
Martirio: Me sienta mal el calor.
Amelia: No es más que eso?
Martirio: Estoy deseando que llegue noviembre, los días de lluvia, la escarcha; todo lo que no sea este verano interminable.
Amelia: Ya pasará y volverá otra vez.
Martirio: ¡Claro! (Pausa.) A qué hora te dormiste anoche?
Amelia: No sé. Yo duermo como un tronco. Por qué?
Martirio: Por nada, pero me pareció oír gente en el corral.
Amelia: Sí?
Martirio: Muy tarde.
Amelia: Y no tuviste miedo?
Martirio: No. Ya lo he oído otras noches.
Amelia: Debíamos tener cuidado. No serían los gañanes?
Martirio: Los gañanes llegan a las seis.
Amelia: Quizá una mulilla sin desbravar.
Martirio: (Entre dientes y llena de segunda intención.) ¡Eso, eso!, una mulilla sin desbravar.
Amelia: ¡Hay que prevenir!
Martirio: ¡No, no! No digas nada. Puede ser un barrunto mío.
Amelia: Quizá.
(Pausa. Amelia inicia el mutis.)
Martirio: Amelia.
Amelia: (En la puerta.) Qué?
(Pausa.)
Martirio: Nada.
(Pausa.)
Amelia: Por qué me llamaste?
(Pausa)
Martirio: Se me escapó. Fue sin darme cuenta.
(Pausa)
Amelia: Acuéstate un poco.
Angustias: (Entrando furiosa en escena, de modo que haya un gran contraste con los silencios anteriores.) Dónde está el retrato de Pepe que tenía yo debajo de mi almohada? Quién de vosotras lo tiene?
Martirio: Ninguna.
Amelia: Ni que Pepe fuera un San Bartolomé de plata.
Angustias: Dónde está el retrato?
(Entran La Poncia, Magdalena y Adela.)
Adela: Qué retrato?
Angustias: Una de vosotras me lo ha escondido.
Magdalena: Tienes la desvergüenza de decir esto?
Angustias: Estaba en mi cuarto y no está.
Martirio: Y no se habrá escapado a medianoche al corral? A Pepe le gusta andar con la luna.
Angustias: ¡No me gastes bromas! Cuando venga se lo contaré.
La Poncia: ¡Eso, no! ¡Porque aparecerá! (Mirando Adela.)
Angustias: ¡Me gustaría saber cuál de vosotras lo tiene!
Adela: (Mirando a Martirio.) ¡Alguna! ¡Todas, menos yo!
Martirio: (Con intención.) ¡Desde luego!
Bernarda: (Entrando con su bastón.) Qué escándalo es éste en mi casa y con el silencio del peso del calor? Estarán las vecinas con el oído pegado a los tabiques.
Angustias: Me han quitado el retrato de mi novio.
Bernarda: (Fiera.) Quién? Quién?
Angustias: ¡Éstas!
Bernarda: Cuál de vosotras? (Silencio.) ¡Contestarme! (Silencio. A Poncia.) Registra los cuartos, mira por las camas. Esto tiene no ataros más cortas. ¡Pero me vais a soñar! (A Angustias.) Estás segura?
Angustias: Sí.
Bernarda: Lo has buscado bien?
Angustias: Sí, madre.
(Todas están en medio de un embarazoso silencio.)
Bernarda: Me hacéis al final de mi vida beber el veneno más amargo que una madre puede resistir. (A Poncia.) No lo encuentras?
La Poncia: (Saliendo.) Aquí está.
Bernarda: Dónde lo has encontrado?
La Poncia: Estaba...
Bernarda: Dilo sin temor.
La Poncia: (Extrañada.) Entre las sábanas de la cama de Martirio.
Bernarda: (A Martirio.) Es verdad?
Martirio: ¡Es verdad!
Bernarda: (Avanzando y golpeándola con el bastón.) ¡Mala puñalada te den, mosca muerta! ¡Sembradura de vidrios!
Martirio: (Fiera.) ¡No me pegue usted, madre!
Bernarda: ¡Todo lo que quiera!
Martirio: ¡Si yo la dejo! Lo oye? ¡Retírese usted!
La Poncia: No faltes a tu madre.
Angustias: (Cogiendo a Bernarda.) Déjela. ¡Por favor!
Bernarda: Ni lágrimas te quedan en esos ojos.
Martirio: No voy a llorar para darle gusto.
Bernarda: Por qué has cogido el retrato?
Martirio: Es que yo no puedo gastar una broma a mi hermana? Para qué otra cosa lo iba a querer?
Adela: (Saltando llena de celos.) No ha sido broma, que tú no has gustado nunca de juegos. Ha sido otra cosa que te reventaba el pecho por querer salir. Dilo ya claramente.
Martirio: ¡Calla y no me hagas hablar, que si hablo se van a juntar las paredes unas con otras de vergüenza!
Adela: ¡La mala lengua no tiene fin para inventar!
Bernarda: ¡Adela!
Magdalena: Estáis locas.
Amelia: Y nos apedreáis con malos pensamientos.
Martirio: Otras hacen cosas más malas.
Adela: Hasta que se pongan en cueros de una vez y se las lleve el río.
Bernarda: ¡Perversa!
Angustias: Yo no tengo la culpa de que Pepe el Romano se haya fijado en mí.
Adela: ¡Por tus dineros!
Angustias: ¡Madre!
Bernarda: ¡Silencio!
Martirio: Por tus marjales y tus arboledas.
Magdalena: ¡Eso es lo justo!
Bernarda: ¡Silencio digo! Yo veía la tormenta venir, pero no creía que estallara tan pronto. ¡Ay, qué pedrisco de odio habéis echado sobre mi corazón! Pero todavía no soy anciana y tengo cinco cadenas para vosotras y esta casa levantada por mi padre para que ni las hierbas se enteren de mi desolación. ¡Fuera de aquí! (Salen. Bernarda se sienta desolada. La Poncia está de pie arrimada a los muros. Bernarda reacciona, da un golpe en el suelo y dice:) ¡Tendré que sentarles la mano! Bernarda, ¡acuérdate que ésta es tu obligación!
La Poncia: Puedo hablar?
Bernarda: Habla. Siento que hayas oído. Nunca está bien una extraña en el centro de la familia.
La Poncia: Lo visto, visto está.
Bernarda: Angustias tiene que casarse en seguida.
La Poncia: Hay que retirarla de aquí.
Bernarda: No a ella. ¡A él!
La Poncia: ¡Claro, a él hay que alejarlo de aquí! Piensas bien.
Bernarda: No pienso. Hay cosas que no se pueden ni se deben pensar. Yo ordeno.
La Poncia: Y tú crees que él querrá marcharse?
Bernarda: (Levantándose.) Qué imagina tu cabeza?
La Poncia: Él, claro, ¡se casará con Angustias!
Bernarda: Habla. Te conozco demasiado para saber que ya me tienes preparada la cuchilla.
La Poncia: Nunca pensé que se llamara asesinato al aviso.
Bernarda: Me tienes que prevenir algo?
La Poncia: Yo no acuso, Bernarda. Yo sólo te digo: abre los ojos y verás.
Bernarda: Y verás qué?
La Poncia: Siempre has sido lista. Has visto lo malo de las gentes a cien leguas. Muchas veces creí que adivinabas los pensamientos. Pero los hijos son los hijos. Ahora estás ciega.
Bernarda: Te refieres a Martirio?
La Poncia: Bueno, a Martirio... (Con curiosidad.) Por qué habrá escondido el retrato?
Bernarda: (Queriendo ocultar a su hija.) Después de todo ella dice que ha sido una broma. Qué otra cosa puede ser?
La Poncia: (Con sorna.) Tú lo crees así?
Bernarda: (Enérgica.) No lo creo. ¡Es así!
La Poncia: Basta. Se trata de lo tuyo. Pero si fuera la vecina de enfrente, qué sería?
Bernarda: Ya empiezas a sacar la punta del cuchillo.
La Poncia: (Siempre con crueldad.) No, Bernarda, aquí pasa una cosa muy grande. Yo no te quiero echar la culpa, pero tú no has dejado a tus hijas libres. Martirio es enamoradiza, digas lo que tú quieras. Por qué no la dejaste casar con Enrique Humanes? Por qué el mismo día que iba a venir a la ventana le mandaste recado que no viniera?
Bernarda: (Fuerte.) ¡Y lo haría mil veces! Mi sangre no se junta con la de los Humanes mientras yo viva! Su padre fue gañán.
La Poncia: ¡Y así te va a ti con esos humos!
Bernarda: Los tengo porque puedo tenerlos. Y tú no los tienes porque sabes muy bien cuál es tu origen.
La Poncia: (Con odio.) ¡No me lo recuerdes! Estoy ya vieja, siempre agradecí tu protección.
Bernarda: (Crecida.) ¡No lo parece!
La Poncia: (Con odio envuelto en suavidad.) A Martirio se le olvidará esto.
Bernarda: Y si no lo olvida peor para ella. No creo que ésta sea la «cosa muy grande» que aquí pasa. Aquí no pasa nada. ¡Eso quisieras tú! Y si pasara algún día estáte segura que no traspasaría las paredes.
La Poncia: ¡Eso no lo sé yo! En el pueblo hay gentes que leen también de lejos los pensamientos escondidos.
Bernarda: ¡Cómo gozarías de vernos a mí y a mis hijas camino del lupanar!
La Poncia: ¡Nadie puede conocer su fin!
Bernarda: ¡Yo sí sé mi fin! ¡Y el de mis hijas! El lupanar se queda para alguna mujer ya difunta...
La Poncia: (Fiera.) ¡Bernarda! ¡Respeta la memoria de mi madre!
Bernarda: ¡No me persigas tú con tus malos pensamientos!
(Pausa.)
La Poncia: Mejor será que no me meta en nada.
Bernarda: Eso es lo que debías hacer. Obrar y callar a todo. Es la obligación de los que viven a sueldo.
La Poncia: Pero no se puede. A ti no te parece que Pepe estaría mejor casado con Martirio o... ¡sí!, con Adela?
Bernarda: No me parece.
La Poncia: (Con intención.) Adela. ¡Ésa es la verdadera novia del Romano!
Bernarda: Las cosas no son nunca a gusto nuestro.
La Poncia: Pero les cuesta mucho trabajo desviarse de la verdadera inclinación. A mí me parece mal que Pepe esté con Angustias, y a las gentes, y hasta al aire. ¡Quién sabe si se saldrán con la suya!
Bernarda: ¡Ya estamos otra vez!... Te deslizas para llenarme de malos sueños. Y no quiero entenderte, porque si llegara al alcance de todo lo que dices te tendría que arañar.
La Poncia: ¡No llegará la sangre al río!
Bernarda: ¡Afortunadamente mis hijas me respetan y jamás torcieron mi voluntad!
La Poncia: ¡Eso sí! Pero en cuanto las dejes sueltas se te subirán al tejado.
Bernarda: ¡Ya las bajaré tirándoles cantos!
La Poncia: ¡Desde luego eres la más valiente!
Bernarda: ¡Siempre gasté sabrosa pimienta!
La Poncia: ¡Pero lo que son las cosas! A su edad. ¡Hay que ver el entusiasmo de Angustias con su novio! ¡Y él también parece muy picado! Ayer me contó mi hijo mayor que a las cuatro y media de la madrugada, que pasó por la calle con la yunta, estaban hablando todavía.
Bernarda: ¡A las cuatro y media!
Angustias: (Saliendo.) ¡Mentira!
La Poncia: Eso me contaron.
Bernarda: (A Angustias.) ¡Habla!
Angustias: Pepe lleva más de una semana marchándose a la una. Que Dios me mate si miento.
Martirio: (Saliendo.) Yo también lo sentí marcharse a las cuatro.
Bernarda: Pero, lo viste con tus ojos?
Martirio: No quise asomarme. No habláis ahora por la ventana del callejón?
Angustias: Yo hablo por la ventana de mi dormitorio.
(Aparece Adela en la puerta.)
Martirio: Entonces...
Bernarda: Qué es lo que pasa aquí?
La Poncia: ¡Cuida de enterarte! Pero, desde luego, Pepe estaba a las cuatro de la madrugada en una reja de tu casa.
Bernarda: Lo sabes seguro?
La Poncia: Seguro no se sabe nada en esta vida.
Adela: Madre, no oiga usted a quien nos quiere perder a todas.
Bernarda: ¡Yo sabré enterarme! Si las gentes del pueblo quieren levantar falsos testimonios se encontrarán con mi pedernal. No se hable de este asunto. Hay a veces una ola de fango que levantan los demás para perdernos.
Martirio: A mí no me gusta mentir.
La Poncia: Y algo habrá.
Bernarda: No habrá nada. Nací para tener los ojos abiertos. Ahora vigilaré sin cerrarlos ya hasta que me muera.
Angustias: Yo tengo derecho de enterarme.
Bernarda: Tú no tienes derecho más que a obedecer. Nadie me traiga ni me lleve. (A la Poncia.) Y tú te metes en los asuntos de tu casa. ¡Aquí no se vuelve a dar un paso que yo no sienta!
Criada: (Entrando.) ¡En lo alto de la calle hay un gran gentío y todos los vecinos están en sus puertas!
Bernarda: (A Poncia.) ¡Corre a enterarte de lo que pasa! (Las mujeres corren para salir.) Dónde vais? Siempre os supe mujeres ventaneras y rompedoras de su luto. ¡Vosotras al patio!
(Salen y sale Bernarda. Se oyen rumores lejanos. Entran Martirio y Adela, que se quedan escuchando y sin atreverse a dar un paso más de la puerta de salida.)
Martirio: Agradece a la casualidad que no desaté mi lengua.
Adela: También hubiera hablado yo.
Martirio: Y qué ibas a decir? ¡Querer no es hacer!
Adela: Hace la que puede y la que se adelanta. Tú querías, pero no has podido.
Martirio: No seguirás mucho tiempo.
Adela: ¡Lo tendré todo!
Martirio: Yo romperé tus abrazos.
Adela: (Suplicante.) ¡Martirio, déjame!
Martirio: ¡De ninguna!
Adela: ¡Él me quiere para su casa!
Martirio: ¡He visto cómo te abrazaba!
Adela: Yo no quería. He ido como arrastrada por una maroma.
Martirio: ¡Primero muerta!
(Se asoman Magdalena y Angustias. Se siente crecer el tumulto.)
La Poncia: (Entrando con Bernarda.) ¡Bernarda!
Bernarda: Qué ocurre?
La Poncia: La hija de la Librada, la soltera, tuvo un hijo no se sabe con quién.
Adela: Un hijo?
La Poncia: Y para ocultar su vergüenza lo mató y lo metió debajo de unas piedras; pero unos perros, con más corazón que muchas criaturas, lo sacaron y como llevados por la mano de Dios lo han puesto en el tranco de su puerta. Ahora la quieren matar. La traen arrastrando por la calle abajo, y por las trochas y los terrenos del olivar vienen los hombres corriendo, dando unas voces que estremecen los campos.
Bernarda: Sí, que vengan todos con varas de olivo y mangos de azadones, que vengan todos para matarla.
Adela: ¡No, no, para matarla no!
Martirio: Sí, y vamos a salir también nosotras.
Bernarda: Y que pague la que pisotea su decencia.
(Fuera se oye un grito de mujer y un gran rumor.)
Adela: ¡Que la dejen escapar! ¡No salgáis vosotras!
Martirio: (Mirando a Adela.) ¡Que pague lo que debe!
Bernarda: (Bajo el arco.) ¡Acabar con ella antes que lleguen los guardias! ¡Carbón ardiendo en el sitio de su pecado!
Adela: (Cogiéndose el vientre.) ¡No! ¡No!
Bernarda: ¡Matadla! ¡Matadla!
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